Fanfic que recrea la juventud y el ascenso de Tywin Lannister al poder. Está basado en la saga de libros "Canción de Hielo y Fuego" de George R.R. Martin, por tanto ni los personajes ni los lugares me pertenecen.

viernes, 16 de octubre de 2015

Capítulo 43

TYWIN

Llegó un punto en el que no sabía cuántos días llevaba sin dormir al menos durante dos horas seguidas, y cuánto más se acercaban a Tyrosh, menos dormía y más era el peligro que les acechaba. Aunque lo más frustrante de todo era comprobar que realmente seguían muy lejos de su destino. Bien era cierto que iban avanzando, pero a un ritmo tan lento que parecía que se encontraban siempre en el mismo punto. La causa principal de su lenta progresión se debía al ejército enemigo, que les superaba en número con creces. No tanto por hombres, sino por la flota marítima.

“¿Por qué los Greyjoy no se unieron a nosotros desde el primer día? ¿Y si no llegaran a tiempo?”

Kevan le hizo aquella pregunta justo antes de desembarcar en la primera isla de los Peldaños de Piedra, y Tywin estaba convencido de que los Greyjoy llegarían en el momento adecuado. Aún tenía la certeza de que aquella era la mejor estrategia posible, pero, ¿y si no llegaban a tiempo?

«Sácate esa idea de la cabeza», se decía a sí mismo en multitud de ocasiones.

Confiaba en la llegada de los hombres del hierro, pero aquella pregunta se repetía tanto en su mente que ya empezaba a atormentarle. Incluso había llegado a soñar con grandes barcos que tenían krakens dibujados en sus velas… Claro que Tywin no permitía que aquellas preocupaciones salieran a flote. Frente a sus camaradas se mostraba tan serio y confiado como de costumbre, y aún mucho más cuando estaba junto a sus hermanos. Jamás se mostraría débil, por muy cansado que estuviera.

– ¡Intrusos! ¡Nos atacan!
– Mierda –se quejó Steffon.
– Maldita sea –maldijo Tywin.

Ambos se levantaron a la vez, pero estaban tan sumamente dormidos que fueron incapaces de esquivarse y chocaron el uno contra el otro, entorpeciéndose mutuamente.

– ¡Quítate, imbécil! ¡Me molestas! –Exclamó el Lannister con fastidio.
– ¡Habló Lord Perfecto! –Le recriminó el Baratheon.

Ambos dormían en la misma tienda junto a Aerys y los otros dos hermanos Lannister. De hecho, la tienda estaba destinada única y exclusivamente para los hermanos de Roca Casterly, pero Steffon se había empeñado en compartir la misma tienda, no fuera a ocurrirles “algo malo”.

No me siento tranquilo dejando a tus hermanos solos contigo, Tywin –dijo el moreno–. Sé que eres mucho más peligroso que nuestro enemigo. Esos muchachos necesitan mi protección.
– Haz el favor de comportarte como un maldito adulto y lárgate de aquí, imbécil.

Así fueron sólo las primeras noches, donde ambos “discutían” hasta que finalmente Steffon se salía con la suya y se colaba dentro. Viendo que el Baratheon disfrutaba de aquel honor, Aerys también se sumó a la fiesta, por lo que Kevan y Tygett se encontraron de repente con dos “extraños” en su tienda. Al menor de los hermanos no pareció hacerle mucha gracia la incursión de los dos jóvenes en un principio, mas cambió rotundamente de opinión cuando vio que los tres amigos se dedicaban, de vez en cuando, a contar anécdotas de su pasado. O simplemente cuando empezaban a explicar todo lo que había pasado en las recientes batallas para así poder mejorar la estrategia en los próximos días. Aquello era algo que apasionaba a Tygett, mas últimamente todo había cambiado mucho. Se daban revueltas a cada momento, aparecían intrusos en el instante menos esperado… No tenían tiempo ni siquiera para descansar, y cuando lo tenían eran apenas un par de horas, o a veces sólo una. O incluso menos. Viendo que todos ellos llegaban siempre exhaustos, Tygett se ofreció voluntario para hacer las guardias, pues era el único que no había luchado aún. Y de nuevo era su voz la que se oía gritar.

– ¡Nos atacan! –Exclamó el joven de nuevo, entrando en la tiendo al ver que todavía no había salido nadie.
– Hmph… –gruñó Tywin entre dientes, empujando a Steffon para que se apartara de su camino–. Estorbas, como siempre –dijo antes de salir al exterior y encontrarse de frente con un hombre que iba directo a rebanarle el cuello. Tywin pudo esquivarle con soltura y contraatacar a tiempo, haciendo gala de unos reflejos que ni él mismo se esperaba ya que su descanso había sido poco menos que nulo. Al instante notó como una flecha pasaba por su lado, prácticamente rozándole la oreja, para terminar su trayectoria en el pecho de otro hombre que le estaba apuntando con el arco y de cuya presencia no se había percatado hasta ese mismo momento.
– ¿Te sigo estorbando, Tywin? –Preguntó Steffon, quien preparaba de nuevo su arco para volver a disparar–. He perdido la cuenta de todas las veces que te he salvado la vida.
– Deja de alardear de una vez, imbécil –dijo justo antes de que otra fecha pasara justo al lado de su rostro para batir a un nuevo enemigo que se acercaba peligrosamente. Lo malo es que esta vez la flecha sí rozó su mejilla, haciéndole un leve rasguño.
– ¡Apártate de una vez, Lord Perfecto! ¡Así es imposible apuntar bien! ¡Desvías la trayectoria de mis flechas!
– Lo que tengo que soportar… –susurró crispado.
– ¡Steffon, cúbrenos las espaldas! –Le gritó Aerys cuando se unió al lado de Tywin.
– ¡¿Y qué demonios te crees que estoy haciendo?! –Exclamó el muchacho con rabia.


– ¡Kevan, tú quédate junto a Steffon! –Le ordenó Tywin a su hermano–. ¡Tygett!
– ¿Sí? –Preguntó el menor de todos ellos.
–… tú conmigo. Vamos.
– Jojojo, ¡hoy es tu día de suerte, cascarrabias! –Le gritó Steffon a un Tygett que se había quedado mudo hasta que escuchó ese apodo.
– ¡¿Cómo me has llamado?! –Preguntó enrabietado.
– ¡Tyg, vete ya! –Dijo Kevan, que también tenía su arco preparado.
– ¡Eso, iros de una maldita vez! Yo me quedo aquí con el guaperas –comentó el moreno antes de lanzar otra flecha.

Realmente Steffon era mucho mejor con la espada, pero debido a su afición por la caza, era el que mejor puntería tenía de aquel pequeño grupo, por lo que más de una vez había quedado relegado a la posición de arquero junto a Kevan.

– Vamos –animó Tywin a su hermano Tygett para que siguiera su ritmo–. Ni se te ocurra separarte de mí, ¿entendido?
– Entendido –dijo desenvainando su espada.

«Sigue siendo demasiado joven… ni siquiera tiene edad para que lo nombren caballero… y aún así…» Realmente, a Tywin le atormentaba la idea de que a alguno de sus hermanos les ocurriera algo en esa guerra, cuando él estaba a cargo de ellos. Eran su familia, quizás hasta se convirtieran en el futuro de su casa, no podía permitir que les ocurriera algo. Pero ahí estaban, cara a cara contra la muerte, al igual que él. «Los necesito, necesito su ayuda… si no nadie saldrá vivo de aquí.»

Aquella revuelta estaba resultando más difícil de aplacar que las anteriores, hasta parecía una batalla planeada estratégicamente. Mas lo cierto es que el enemigo no atacaba de forma organizada. No seguían una estrategia, nunca lo habían hecho, por lo que era su principal punto débil hasta el momento. Y sin embargo, aquellos ataques tan precipitados les estaban acribillando. «El cansancio no está pasando factura.»

– ¡Formación! –Escuchó de repente. Al ladearse vio a Lord Ormund con la espada alzada, mientras esperaba que sus hombres llegaran hasta él. El primero en colocarse a su lado fue Ser Gerold Hightower, y acto seguido apareció también Ser Barristan.
– ¡Vamos! –Le apremió Tywin a su hermano para que se acercaran al grupo que se estaba formando.
– Hola de nuevo –saludó Steffon al juntarse de nuevo con ellos–. ¿Cuántos lleváis ya? –Preguntó mientras desenvainaba sus dos espadas, pues a veces se permitía el lujo de luchar con las dos a la vez.
– Cinco –le contestó Aerys.
– Menuda miseria, yo llevo diecisiete –dijo sonriendo de lado.
– Steffon, deberías luchar sólo con una espada –le aconsejó Tywin–, estás demasiado cansado como para soportar el peso de las dos.
– ¿Y quién ha dicho que yo esté cansado? –Replicó, consiguiendo que el Lannister resoplara.
– ¡A mi señal! –Volvió a gritar Lord Ormund.
– Veamos quién gana ahora que no llevas un arco –le tentó Aerys a Steffon, consiguiendo que éste sonriera.
– ¡AHORA!

No supo con exactitud cuánto tiempo pasó, pero en el momento en el que Lord Ormund organizó a sus tropas, todo corrió con facilidad. Tanto que Tywin, por un momento, ni siquiera sintió la necesidad de preocuparse por su hermano, y mucho menos aún cuando vio cómo Tygett mataba a un hombre adulto sin la ayuda de nadie. Por un momento, el propio Tywin se quedó en shock al ver aquella escena, pero, ¿qué se esperaba? Había llamado a su hermano a luchar, no a que se comportara como un debilucho. Y visto lo visto, podía asegurar que Tygett estaba cumpliendo con su cometido. Parecía que aquel “niño” ya sabía cuidarse por sí solo, pues matar a un hombre que le superaba en altura y experiencia no era nada fácil, ni mucho menos.

– Bien hecho, cascarrabias –le dijo Steffon, revolviéndole el pelo como si de un perro se tratase. Tygett empezó a quejarse por aquel trato, mientras que Tywin se fijaba en que el Baratheon sólo sostenía una espada y la otra permanecía envainada tras su espalda–. ¿Algo que objetar, Lord Perfecto? –Preguntó al comprobar la expresión irónica de su amigo.
– No, nada, absolutamente nada –dijo sabiéndose vencedor–. ¿Quién ha ganado esta vez, tú o Aerys?
– Yo, por supuesto –dijo el príncipe nada más pasar por su lado–. Vaya preguntas se te ocurren a veces.
– ¡No mientas! –Exclamó Steffon.
– Acompañadme los dos –ordenó, ignorando por completo las quejas de su primo y sin dejar de caminar–. La Mano del Rey tiene un nuevo plan. No quiere que vuelva a pasar algo como esto –dijo mirando a su alrededor–. Y yo tampoco.

Era lógico. Aquella revuelta había causado mucho daño en las tropas, demasiado si se tenía en cuenta que había sido un ataque aislado, desesperado y casi sin estrategia. Pero tan sólo con eso, les estaban minando la moral, les estaban venciendo poco a poco. Parecía que los mercenarios no tenían fin, mientras que el ejército real empezaba a llegar a su límite.

– ¡No podemos esperar más! –Exclamó Aerys cuando ya estaban reunidos todos los señores y comandantes–. Soy el primero en reconocer que precisamos de la flota Greyjoy, pero nos acribillarán si seguimos esperando aquí como idiotas. ¡De hecho ya lo están haciendo! ¡Nuestros soldados apenas son capaces de mantenerse en pie! –Lord Ormund miró a Ser Gerold y éste asintió.
– Su Alteza tiene razón, mi Lord. Nuestros hombres están agotados –dijo ante la inquisitiva mirada de la Mano del Rey.
– Simples debiluchos –susurró Steffon cerca de Tywin, quién alzó las cejas al recordar la facilidad que tenía el Baratheon de conciliar el sueño nada más tumbarse.
– Mi Lord, si se me permite… –comenzó a hablar Ser Brynden–, creo que deberíamos atacar uno de los puntos clave de los Peldaños. Sus fuerzas provienen sobre todo de Piedrasangre.
– Sería un suicidio atacar Piedrasangre con las tropas que disponemos –indicó Ser Barristan–, más teniendo en cuenta el ánimo de nuestros hombres.
– Ya lo sé, Selmy –volvió a intervenir el pelirrojo–, pero aún nos queda otra isla importante: Horca Gris.
– Sin duda alguna, es un territorio mucho más asequible para nosotros –comentó Lord Hoster–. El territorio es menor, y si conseguimos tomar la isla podremos atacar cualquier otra partiendo desde allí –explicó señalando el lugar exacto de la isla en el mapa–. Es un buen punto estratégico.
– No es tan sencillo –intervino Ser Gerold–. ¿Creéis que las tropas que se encuentran en Piedrasangre no actuarían en cuanto vieran nuestros movimientos? Posiblemente ni nos permitirían llegar hasta allí, no derrotarían en el mar.
– Nos encontramos en una encrucijada –explicó Ser Barristan–. Nuestra posición no nos es nada favorable… Estamos prácticamente entre los dos frentes enemigos.
– Exacto –resolvió Lord Ormund–, nos atacan desde ambos bandos. Ser Brynden tiene razón: debemos actuar y eliminar una de sus tropas principales.
– ¿Aún estando nuestras tropas tan debilitadas? –Preguntó un Gerold no muy seguro de aquella maniobra.
– Si no atacamos allí, seguiremos siendo atacados aquí. Está comprobado que no piensan ofrecernos ni un sólo segundo de descanso. Cuánto más tardemos en intervenir, más agotados estaremos. Debemos reaccionar.
– ¿Entonces? –Preguntó Aerys tras un momento de silencio–. ¿Atacaremos Horca Gris?
– No, iremos a Piedrasangre –contestó Lord Ormund con vehemencia–. ¡Y la conquistaremos!

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